Diana
por Leila Tschopp - Diciembre 2013


En el fondo, el tirador apunta a sí mismo (1)


En su primera muestra individual en Isla Flotante, Dana Ferrari se convierte en Diana, diosa cazadora y blanco de sus propias flechas. En una performance con fuertes elementos teatrales, dirige la acción del espectador que entra a esa sala en negro, para convertirlo simultáneamente en testigo, víctima y recompensado.

Una frase sirve de guía para la trayectoria que debe iniciar el visitante y también resuena en ella la gravedad de una sentencia, una misión. Ingresar implica un desafío y la frase, una advertencia.

Dana propone un conflicto cuya dinámica se renueva con cada espectador. La acción incesante crea el movimiento de la obra y establece un juego de duetos y tríos entre los personajes y sus objetos/objetivos.

Podemos pensar que Dana y el espectador son contrincantes; que el fruto es al mismo tiempo señuelo y recompensa y que la experiencia del visitante, el camino de un enigma. Sin embargo, la protagonista, su rival, el fruto y el blanco que sirven de intermediarios, no son objetos opuestos sino que conforman, como unidad indivisible, la delicada tensión inherente a todo sentimiento, a todo personaje. La lucha es silenciosa y su objetivo no es derrotar al adversario sino sostener el continuo tironeo de los caballos internos, unos dóciles, otros astutos.

Qué decisión deberá tomar el espectador/antagonista? Cómo avanza una acción cuya intención no es lograr algo exteriormente? Existe solución para el conflicto? El arco y la flecha son pretextos para el trayecto hacia una meta (el fruto, el blanco) Tal vez la protagonista logre acertar en sí misma, tal vez el espectador encuentre su alimento.

(1) Herrigel, Eugen, Zen en el arte del tiro con arco.



Deep down, the shooter is pointing at himself (1)

For her first solo exhibition at Isla Flotante, Dana Ferrari turns into Diana, hunter, Goddess and target of her own arrows. In a performance of strong theatrical subtexts, she directs the spectator’s own action when entering a dark hall and turns him both a witness, a victim, and a subject of a reward.

A phrase serves as a starting point for an itinerary the visitor is supposed to go through; a mission that echoes the solemnity of a precept. To enter means to accept a challenge and the phrase thus becomes a warning.

Dana proposes a conflict whose dynamics are to be renewed with each new spectator. Unceasing action creates movement within the very same work and sets out a game of duets and trios between the characters and their objects/objectives.

We might be tempted to think Dana and the spectator are opponents; that the fruit is both bait —fruit— and reward and that the visitor’s experience is the path to an enigma. However, the main character, the opponent, the fruit and the target that work as intermediaries are not opposing objects; they rather put together, as an invisible unity, the delicate tension that lies in every true feeling and in every character. Struggle is always silent and the goal is not to beat the enemy but to keep a steady balance in between our internal forces —docile, some; wild, others.
What decision will the spectator/antagonist take? How does the action manage to move forward, given the fact that its objective is not external or visible? Is there a solution to conflict? Bow and string are mere excuses for any trajectory towards a goal (the fruit, the target). Maybe, the main character will manage to hit her own target; maybe the spectator will find the nourishment at long looked for.


(1) Eugen Herrigel, Zen in the Art of Archery